domingo, 25 de mayo de 2008

Y NOSOTROS NOS LO CREÍMOS...

... que cada seis de enero aterrizaban en nuestras casas los camellos de unos señores regios con capas de fina seda y cuellos de armiño, con espectaculares turbantes, dos blancos y un negro, con sacos cargados de regalos, y no comprendíamos por qué, si no lo pagaban nuestros padres y estos señores eran magos, había años en que sólo podíamos tener la imitación o ni siquiera eso porque era muy caro: ¿pues no eran reyes y además magos? Pero nos lo creímos, nos creímos que tres magos podían cabalgar por el aire, porque era la ilusión de cada año de millones de niños, y por eso lo creímos, porque nos gustaba creerlo, porque nos hacía felices aquella mentira.
... que por cada diente de leche inservible ya para nuestras necesidades de deglución, un ratón (menos mal que no se les ocurrió una rata, porque hubiese pasado en vela muchas noches de mi infancia o pegádome los dientes con cola de carpintero con tal de no verla aparecer) apellidado Pérez nos hacía una visita portando, ve tú a saber dónde, una moneda o billete, para los más afortunados, de un tamaño muy similar al del ratón, y lo dejaba generosamente bajo nuestra almohada, donde previamente nosotros habríamos depositado el objeto de la venta que el roedor se llevaba para guardarlo en su colección; y no nos preguntábamos hasta qué punto podía interesarle a cualquier ratón tener semejante colección de dientes, que ni que fuese a venderlos en el mercado negro; y no nos lo preguntábamos porque queríamos creerlo, porque era más fácil de sobrellevar la mella si te daban dinero a cambio de ir mellado, nos lo creímos porque nos lo contaban nuestros padres y eso bastaba para ser cierto, porque nos gustaba creerlo, porque nos hacía felices aquella mentira.
... que una virgen podía ser madre de un niño que, para mayor fascinación, hacía milagros (con el de ser parido por una virgen ya hubiera bastado), era vidente y resucitó tres días después de muerto sin criogenización ni nada, y nos lo creímos... pues no sé por qué, supongo que por comodidad, bien cierto es que muchos lo siguen creyendo, o por necesidad, la necesidad de no ser esta vida la última que vivamos.
... que si te daban un beso, te podías quedar embarazada, y una amiga mía lo estuvo creyendo hasta los quince años, edad a la cual quisimos sacarla de su engaño porque ya se movía en círculos en los que tal afirmación podía hacerla caer en el mayor de los ridículos y marcarla de por vida.
... que los niños venían en un piquillo blanco colgando del pico de una cigüeña, y llegaban a cada hogar por encargo previo de los futuro padres del bebé, y no nos preguntamos si éramos adoptados o esto era otra burda mentira, porque era una buena explicación a por qué le teníamos miedo a la altura. Y lo de la col, para qué mencionarlo.
... nos creímos tantas historias...
Pero la mejor de todas era aquella de ALGÚN DÍA CONOCERÁS A LA PERSONA CON QUIEN COMPARTIRÁS EL RESTO DE TU VIDA PORQUE EL AMOR LLEGA Y ES PARA SIEMPRE. Y nos lo creímos; y tan bien nos lo contaron, que lo seguimos creyendo. Creemos en los atardeceres mágicos, en las caricias limpias y verdaderas, en los cuentos de hadas, en los príncipes azules, en la relación perfecta, en la familia unida, en la compañía eterna, en la muerte arropada, en la vida compartida, en las cenas románticas, en los aniversarios apasionados, en la pareja ideal, en la casa y el jardín y el coche, en la conversación amena, en el interés del otro, en el respeto mutuo, en la confianza plena, en la fidelidad correspondida, en el feliz cumpleaños íntimo, en la vejez enamorada de dos que siempre se quisieron... Y mira que es más difícil de creer que lo de la virgen parturienta o el ratón coleccionista de dientes. Pues lo creemos, como un salmo, como una oración, EL AMOR EXISTE Y EXISTE UNA PAREJA PARA CADA OVEJA. Y de las ovejas no lo dudo, pero de los humanos... Sí es cierto que el amor está en todas partes, en el aire, como dice la canción; pero EN TODAS PARTES no es de uso exclusivo para el amor de pareja: amor al trabajo, amor a los hermanos, amor a los hijos, amor a los padres, a los amigos, a la música, a la lectura, a la Historia, al Arte, a las Matemáticas, a la Ciencia, a los insectos, al perro de uno... Se puede profesar amor hacia todo, incluso hacia el dinero, incluso el amor a Dios lo admito. No hay por qué vivir engañados, esperando algo que no llega, frustrados porque no llega, infelices porque no aparece y empeñados en que aún puede aparecer. Que no digo que no, que puede aparecer, pero lo convertimos en una cuestión de supervivencia, en una causa por la que luchar: la pareja, dos, que no piensen que yo no puedo. Pues a lo mejor es eso, a lo mejor es que hay personas que no pueden, que no han nacido para vivir con alguien, a lo mejor la opción de la pareja es sólo para unos cuantos a quienes el destino les tiene asignado ese camino, y para otros la opción es caminar con las manos en los bolsillos buscando monedillas sueltas para comprar una felicidad propia y no una preasignada. A lo mejor también era mentira, y debemos reeducar a nuestro subconsciente para convencerle de ello: que el amor no tiene por qué ser sólo de dos, que puede ser de uno y lo que elija, o de uno y punto, que los hay narcisistas y son tan felices. Y somos tan canallas que sentimos lástima por quienes están “solos”, como queremos llamarles. No, solos no, independientes, sólo hay que probar a cambiar el concepto. Hay que saber encontrar la felicidad en todas partes, en lugar de buscarla siempre en la misma parada ¿Qué se va el tren? Pues feliz viaje, será por medios de transporte.
Pero hay que tener en cuenta que esto nos lo creímos no porque nos hiciera ilusión (más bien nos hace ilusión por habérnoslo creído) sino porque nos asusta la soledad, nos da tanto miedo como la muerte o más, nos aterroriza pensar que un día lleguemos a nuestra casa y no tengamos a nadie a quien contarle qué hemos hecho ese día, nos produce pánico tener que cenar solos, y por eso hay quien aguanta las broncas, las peleas, las discusiones, las humillaciones, las omisiones, los engaños, las mentiras, los olvidos, las faltas de atención, los silencios, la desigualdad, y un largo etcétera de pruebas en contra de la pareja ideal de la que nos hablaron. Porque nos asusta la soledad.
¿Y no nos asusta equivocarnos?