miércoles, 21 de mayo de 2008

RELATO CORTO

LAS LÍNEAS BLANCAS

Creía ir conduciendo a una velocidad moderada. Pensaba en 120 kms/h, como máximo. Aunque, en realidad, no era en eso en lo que iba pensando. Supongo que fue el motivo por el cual me despisté un poco con la velocidad: ir absorta en un mar de pensamientos totalmente ajenos a la acción que me ocupaba. Mi padre siempre me lo dijo: “Hija, cuando vas conduciendo, vas conduciendo, y debes poner los cinco sentidos en la carretera”. Vaya, olvidó mencionar el sexto, y mi alma voló. Mi padre llevaba razón. Por eso, porque yo le daba la razón, siempre conduje poniendo los cinco sentidos al servicio del coche, porque un coche es un arma en manos de todo aquél que posee un cartón rosa relativamente fácil de conseguir. Y ya se sabe: las armas las carga el diablo y nos hacen sentir seguros e importantes. De modo que un coche, en manos de un zumbado, es peor que un rifle, pues puede llegar a matar a más gente con él. Por eso mi padre me lo avisaba siempre: “Hija, cuando vas conduciendo, vas conduciendo, y tienes que poner los cinco sentidos en la carretera”. Y el sexto, papá, y el sexto. Pero yo iba pensando, viviendo dentro de mi imaginación, viendo imágenes que nada tenían que ver con las líneas blancas de la calzada. Iba recordando momentos de mi vida pasada y enlazándolos con lo que yo esperaba que fuese mi vida futura, y confundiéndose, estos últimos, con lo que temía que iba a ser en realidad. Iba recordando cuando tú y yo nos conocimos. No fue nada romántico; sólo nos presentaron en una fiesta: qué común. Pero no fue entonces cuando yo digo. Yo me refiero a cuando empezamos a conocernos de verdad, no a cuando nos enteramos de cómo se llamaba el otro; cuando nos encontrábamos en la calle y nos parábamos a charlar; cuando se cruzaban nuestras miradas en un bar y entonces venías y hablábamos; cuando te veía en todas partes porque tú hacías por encontrarme; cuando me llamabas a cualquier hora del día o de la noche sólo para decirme que me querías y que me echabas de menos en tu cama; cuando nos reíamos jugando en la playa; cuando nos fuimos a vivir juntos; cuando nos casamos; cuando nos quedábamos dormidos en el sillón; cuando no cenabas mientras yo no hubiese cruzado la puerta de casa, y venías a recibirme con un beso y me decías QUÉ PRECIOSA ERES; cuando pasamos hambre porque tú perdiste el trabajo; cuando empezaste a beber; cuando me dejaste por otra; cuando te perdoné y volviste a casa; cuando decidiste que ya no me querías; cuando decidiste que te habías equivocado y que sí que me querías y volviste otra vez; cuando de nuevo me engañaste y te encontré con otra en la cama al volver del trabajo más temprano de lo acostumbrado; cuando te creí y me di cuenta de que no te creía realmente, pero no podía vivir sin ti; cuando perdí a mis amigos porque tú no querías que se acercaran a mí; cuando otra vez te fuiste, asegurándome que cualquier puta te podría hacer más feliz que yo... Iba recordando lo débil que había sido el día anterior, cuando cogí el teléfono aun sabiendo que eras tú quien llamaba. Los recuerdos felices debilitan al corazón... Iba pensando en lo difícil que me resulta estar sola. La soledad me lleva a vivir hacia dentro, evocando en el ambiente poco más que silencio y frío. Me asusta por este motivo, pues no tengo con quién hablar, ni tan siquiera para pronunciar frases inútiles y que no caigan al vacío, tales como VOY A TENDER LA ROPA, VOY A FREGAR LOS PLATOS, VOY A LEER UN RATO, una de las actividades más amigas de la soledad, o VENGO EN UN PAR DE HORAS. Incluso cuando mi espíritu no está solo, incluso cuando la soledad no es sino física, me asusta, porque me asusta quedarme a solas conmigo misma: demasiado tiempo escuchándome. Por eso accedí a verte, porque estar sin ti es estar sola, porque no puedo vivir sin ti o, mejor dicho, no puedo vivir con nadie más. Habíamos quedado esta tarde. Ni siquiera te presentaste. Me enviaste un mensaje al móvil, diciéndome que ya no necesitabas verme, que ya estaba todo arreglado... Supongo que significa que a ti tampoco te gusta la soledad. Iba recordando que salí de la cafetería deshecha en lágrimas, como una colegiala, a mis treinta y cinco años. Iba recordando que el destino había querido que cien metros más allá, me tropezase con ese hombre que ha estado tratando de conocerme fuera de la cama, ese hombre que no debe de haber sufrido jamás en su vida porque aún se permite el lujo de imaginar que alguien le puede hacer feliz, ese hombre paciente que parece no saber qué significa la palabra UTILIZAR. Iba recordando que, en plena calle, le había gritado, como una histérica, que me dejara en paz, que nunca llegaría a ocurrir nada más, que no quería querer ni ser feliz ni una segunda y estúpida oportunidad (¿quién me había dado la primera?). Iba recordando que él me había abrazado y yo había llorado hasta desahogarme, primero en la calle, después en el coche, después en casa, después en un restaurante donde no pude probar nada más que el whisky, el agua y el tabaco, después otra vez en casa, hasta que me tranquilicé y empezamos a reírnos. Iba recordando que él no había querido quedarse a dormir porque pensaba que yo necesitaba estar sola. Iba recordando que le había echado de menos cuando se fue y miré a través del cristal y le pregunté a una estrella y ella me había dicho NO TENGAS MIEDO A TEMER PORQUE ES UNA REACCIÓN LÓGICA QUE NOS PUEDE LLEVAR INCLUSO A SER FELICES. Iba recordando que me puse el abrigo y cogí el paraguas y salí corriendo hacia el coche para ir a su casa. Mi padre siempre me lo dijo: “Hija, cuando vas conduciendo, vas conduciendo, y debes poner los cinco sentidos en la carretera”. Incluso el sexto, papá, el sexto, también. Pero yo iba imaginando. Iba imaginando que llegaría a casa de ese hombre que no había conocido el dolor. Iba imaginando que llamaría a su puerta y me abriría sonriendo, y me abrazaría y me besaría y me diría que, con él, ya nunca volvería a estar sola y que no tenía nada que temer porque él nunca me haría daño. Entonces recordé que, en realidad, tú nunca me habías hecho esa promesa, y por eso yo ahora estaba sola, sola sin ti, sola sin amigos, sola sin familia, sola sin mí, porque tú habías destrozado todo cuanto yo fui. Recordé que ese hombre maravilloso no podía prometerme nada porque estaba casado. A él tampoco le gusta estar solo. Recordé que había pasado por alto este detalle, que no podía ir a su casa porque su esposa sólo se iba los fines de semana alternativos, y yo no podía forzar ninguna situación. Y pensé en dar la vuelta. Mi padre siempre lo dijo: “Hija, cuando vas conduciendo, vas conduciendo, y debes poner los cinco sentidos en la carretera”. ¿Y qué hay del sexto, papá? Pero yo iba imaginando, imaginándome de nuevo en casa sola, con una botella de vino, y dos y tres, vomitando en el servicio, volviendo a enfrentarme al mundo al día siguiente, intentando sonreír para no llegar a dar pena a nadie, para no darles la oportunidad de compadecerse de mí. Porque la gente es muy dada a la compasión: es otra forma de despistar a la triste realidad de sus propias existencias. Iba imaginando mi vida, un día tras otro sin nada más que soledad, silencio, trabajo y lágrimas. Iba imaginándome frente al espejo, cansada, triste, con la mirada perdida y los ojos empapados. Iba imaginando un día, y otro, y otro... 24 horas, 48 horas, 96 horas, 192 horas, 264 horas, 568 horas, 1136 horas... Iba imaginando que, en cualquiera de los minutos de cualquiera de las horas de cualquiera de los días de mi vida, todo podía cambiar; iba pensando en largarme de la ciudad, a otro sitio, daba igual a cuál, y empezar de nuevo; iba pensando en cambiar el número de teléfono para que tú no pudieses volver a llamarme, ni él, ni nadie que ya conociera ¡Iba pensando en volver a vivir, en cambiar la línea de mi vida! Y no me di cuenta de que la línea de mi vida ya había cambiado. Había cambiado de sentido y, en lugar de ir recta, iba hacia la izquierda. No me di cuenta, y yo seguí hacia delante. Fueron décimas de segundo, durante las cuales vi todo cuanto no había visto hasta entonces: que iba a 180 kms/h, que la línea blanca ya no estaba, que tal vez nunca hubiese estado, y que quizás fuese esto lo mejor.

MI HERMANO (RELATO CORTO)

MI HERMANO

Ya no estás.
Eras mi confidente, mi amigo, mi compañero de estudios y de juergas, eras mi hermano, eras todo para mí. Pero ya no estás.
Miro a mi alrededor y siento tu presencia, incluso puedo sentir tu voz, como si me estuvieses hablando ahora mismo, en este preciso instante, aquí, a mi lado... Y no es cierto, no debo engañarme: no estás. Y añorarte sólo me hará más daño del que ya me está haciendo tu ausencia. No, no puedo, no voy a echarte de menos, no pensaré en ti. Pero, ¿cómo lograrlo? Es tan difícil para mí... y para todos...
He oído a mamá llorando en su dormitorio. No sé si logrará superarlo. Ahora sólo le quedo yo, y quizás no sea suficiente para ella, quizás no pueda hacer desaparecer tu fantasma en mucho tiempo. Papá querrá que juegue con él a lanzar canastas, como hacía contigo, y yo no estaré a tu altura, porque siempre fuiste mejor que yo. Mamá me comparará contigo constantemente: “tu hermano nunca hizo eso, tu hermano no protestaba, a tu hermano le gustaba todo...”. Ahora te odio. No sé cómo has podido hacernos esto ¿Es que no eras feliz entre nosotros?
He intentado sentarme a estudiar, como hacíamos los dos. He tratado de concentrarme en el libro, en los apuntes, en el ordenador; pero no lo he conseguido. Cuando creí estar estudiando, desperté de pronto y, como si hubiese sufrido un ataque de amnesia momentáneo, me he visto a mí mismo llorando, con la cabeza enterrada entre las manos, el pelo revuelto. No puedo hacer nada sin pensar en ti, porque todo lo hacía contigo. Hermano, ¿por qué te has ido?
Nuestros amigos no pararán de hablar de ti y me compadecerán cuando yo esté con ellos. Me preguntarán cómo me encuentro, cómo me siento, y yo ladearé la cabeza, o mentiré y diré que estoy mejor que nunca. Y todos se preguntarán si podré seguir sin ti. También ellos me compararán contigo: “Tu hermano sí que sabía, tu hermano nunca suspendía, tu hermano era quien más ligaba...”. Ahora te odio, hermano.
Por la noche, antes de irme a dormir, miro tu cama vacía, tu habitación desolada por tu huida, miro a las estanterías, donde cada libro, cada lápiz, cada fotografía y cada una de las figuras de El Señor de los Anillos que coleccionabas continúan ocupando su lugar. Mamá no quiere cambiar nada: cree que volverás como cada día, te sentarás ante tu escritorio para estudiar, como cada día. Hasta yo estoy seguro de ello, a veces. La vida sin ti es demasiado dura, y eso la hace más llevadera.
La abuela vino a comer el pasado sábado, y preguntó por ti: pobrecilla, la edad está acabando con su memoria. La abracé, y no quise desilusionarla: “Está en un partido de baloncesto”, le dije. Y tuve que contener las lágrimas para evitar que descubriera mi mentira.
Papá, mamá y yo hicimos todo lo posible por que fueras feliz, pero has sido siempre tan rebelde, tan inconformista... Cuando comenzaste a quejarte por todo, hace un par de meses, a encerrarte en tu habitación, a contestar de cualquier forma, a discutir con papá y conmigo... supimos que algo te ocurría, pero preferimos pensar que era una etapa. Qué ilusos. Empezaban a aburrirte todos nuestros juegos de ingenio, el deporte, todo cuanto hacíamos juntos, incluso los estudios. Yo ya no sabía qué hacer, pero ahora me digo a mí mismo que no hice lo suficiente. Si lo hubiese intentado con más ganas, si hubiese puesto toda la carne en el asador... Papá y mamá se sienten culpables por haberte dado tantas cosas materiales. Pero yo no les culpo; creían hacer lo mejor para nosotros.
Ahora me culpo por todas nuestras discusiones: tal vez alguna de ellas fuera el detonante de la bomba latente en tu cabeza, tal vez alguna de ellas haya sido el motivo que nos separó de ti.
Es de noche, hermano. Voy a intentar dormir. A menudo me despierto en mitad de un sueño o de una pesadilla, y me acerco hasta tu dormitorio, creyendo que aún estás ahí y duermes al otro lado de mi pared. Pero sólo compruebo y confirmo tu ausencia.
Y no puedo parar de preguntarme... ¿a ti qué puñeta se te ha perdido en Alemania?